El pequeño hombre lobo
Desde que aquella noche le mordió ese perro de ojos amarillos, Moritz se siente raro. Y una noche se ve reflejado en un espejo. Su amiga Lina está segura de que lo que le mordió la mano no fue un perro.
Un buen día Moritz se da cuenta de que cuando en el cielo aparece la luna llena, todos los perros le aúllan desesperadamente. Y no sólo eso, también su voz se hace más grave y áspera, sus ojos se vuelven amarillos y desarrolla un extraordinario apetito. Afortunadamente, cuenta con la ayuda de Lina y una nueva profesora que no teme a los niños... ni a los hombres lobo, por cierto.
- Publicado por primera vez 2002
- Edad A partir de 8 años
- Ilustraciones de Cornelia Funke
Nuestro héroe es un niño bajito y delgaducho llamado Búho, un extraño nombre si tenemos en cuenta que le asusta la oscuridad. Pues bien, cuando regresaba del cine junto con su inseparable amiga, Lina, tomaron un atajo que los condujo a través de un oscuro sendero que pasaba por debajo de un puente. Todo bien, hasta que poco antes de terminar el túnel divisaron el perfil de un enorme perro, con unos ojos amarillos que parecían hechos para infundir miedo. “No te preocupes Lina, es solo un perro” dijo Búho haciendo gala de una valentía que siempre le costo esfuerzo sacar a flote. No le duró mucho porque inmediatamente sintió como se le congelaba el corazón al ver como el lobo se le abalanzó como un rayo, le hirió la mano y se perdió entre las sombras del bosque cercano. Fue un susto enorme que felizmente solo le dejó un pequeño arañazo en la mano, nada de importancia. O eso pensó Búho, porque llegando a casa tuvo que esconderse de sus padres y hermano en el baño, no quería asustarlos con esos extraños cambios que estaba experimentando. La mano herida se le pobló de un suave pelambre, la voz se le hizo grave y profunda y pudo olfatear y oír con total claridad desde donde estaba el trajinar de su familia en el otro extremo de la casa. Estaba clarísimo que se estaba convirtiendo en un niño lobo, su vida, que ya era bastante complicada, se escurría por la cañería. Lina sabría que hacer, solo en ella podía confiar en estos momentos, tenía que encontrarse con ella en el altillo del edificio que compartían.