El videojuego
Escrito por Mateo Saavedra
Mi nombre es Leo, y tengo 14 años. Aunque debo decir que ya no soy el mismo de antes. La historia que voy a contarles cambió mi vida por completo. Fue el día en que el último videojuego apareció.
Todo comenzó un sábado por la mañana. Estaba en mi habitación, jugando con mi consola, cuando una notificación interrumpió mi partida. Era un mensaje de mi amigo Alex: “¡Dude! ¿Viste el tráiler del nuevo juego? ¡Es una locura!”
No tenía idea de lo que Alex hablaba, así que fui directo a YouTube. El juego se llamaba "Mundos en Guerra", y parecía combinar todos los géneros que me gustaban: aventura, estrategia, rol... ¡todo en uno!
No podía esperar para tenerlo en mis manos. Pero había un problema: solo se lanzarían 500 copias en todo el mundo. Se rumoreaba que su desarrollo había sido tan costoso y sofisticado que la empresa no podía permitirse una producción masiva.
Durante los siguientes días, Alex y yo planeamos cómo conseguir una de esas copias. Decidimos hacer un campamento fuera de la tienda de videojuegos local para ser los primeros en llegar cuando abrieran. Llevamos sillas, comida, mantas y, por supuesto, mi consola para pasar el tiempo.
La noche antes del lanzamiento fue larga. Alex y yo estábamos rodeados de decenas de otros jugadores ansiosos, todos esperando por "Mundos en Guerra". La emoción en el aire era palpable.
Finalmente, a las 9 a.m. del día siguiente, la tienda abrió sus puertas. Alex y yo corrimos hacia el interior, con la esperanza de obtener una copia. Pero, para nuestra sorpresa, solo había una copia del juego en la tienda. Todos los demás jugadores también la querían.
Entonces, el dueño de la tienda, un hombre mayor con barba blanca, levantó las manos para pedir silencio.
"Me han dicho que esta es la única copia de 'Mundos en Guerra' que recibiremos", dijo. "Así que propongo un torneo. Aquel que demuestre ser el mejor jugador aquí, se llevará el juego."
El reto consistía en competir en varios juegos populares, desde carreras hasta combates. Alex y yo nos inscribimos sin dudarlo.
Pasaron horas, y uno a uno, los jugadores fueron eliminados del torneo. Finalmente, solo quedábamos Alex y yo, enfrentándonos en la última ronda. Era una partida de un juego de lucha clásico, y la tensión entre nosotros era intensa. Sin embargo, ambos sabíamos que, más allá del juego, nuestra amistad era lo más importante.
La batalla fue feroz. Cada movimiento, cada ataque, cada defensa era crucial. El público nos animaba, y podía escuchar a algunos niños apostando por su favorito.
Finalmente, en un movimiento audaz, logré derrotar a Alex. La emoción del triunfo me llenó, pero al ver a Alex, sentí una pizca de culpa. Después de todo, él también quería el juego tanto como yo.
El dueño de la tienda me entregó la única copia de "Mundos en Guerra" y todos me felicitaron. Pero la victoria se sentía agridulce.
Al salir de la tienda, Alex me dio una palmada en la espalda. "Fue una gran pelea, amigo. Disfruta el juego."
Pensé en las horas que pasaría jugando solo, mientras Alex estaría en casa, probablemente sintiéndose decepcionado. Entonces, tomé una decisión.
"Alex", dije, "¿Qué te parece si compartimos el juego? Podemos turnarnos cada semana. Después de todo, ¿qué es un videojuego sin un amigo con quien jugar?"
Alex sonrió. "Sabía que eras un buen amigo."
Desde ese día, no solo compartimos "Mundos en Guerra", sino también muchos otros juegos. Y aunque a veces competíamos, siempre recordábamos que nuestra amistad era más importante que cualquier videojuego.
Y así, en la búsqueda del último videojuego, descubrí algo aún más valioso: que las verdaderas aventuras no se encuentran en una pantalla, sino en los momentos que compartimos con aquellos que más queremos.
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