El jinete del dragón - La pluma del grifo

El jinete del dragón La pluma del grifo

De nuevo estamos ante una búsqueda a contrarreloj. Ben y Barnabas quieren salvar a los últimos potros de Pegaso. El viaje les llevará desde los fiordos de Mímameiđrs hasta las mil por mil islas. Allí les aguarda un peligroso encuentro...

Ben, el jinete del dragón, tiene catorce años y vive en Noruega. Allí recibirá una noticia terrible: la vida de los tres últimos potros de Pegaso está en peligro y podrían no salir nunca de sus huevos. En un intento desesperado por salvarlos, Ben emprenderá un largo viaje a Indonesia acompañado de una variopinta comitiva en busca de uno de los seres fabulosos más feroces y peligrosos que existen: el grifo, pues es la única criatura que posee la clave para salvar a los potros alados. Pero los grifos, también conocidos como leones del cielo, son depredadores voraces y ambiciosos, odian a los caballos y por si fuera poco consideran a los dragones sus enemigos más acérrimos.

A Lung todo le resultaba muy familiar. El bosque cubierto de niebla delante de la entrada de la cueva. El olor del cercano mar en el aire frío de la mañana. Cada hoja y cada flor le recordaban las montañas escocesas en las que se había criado. Pero Escocia estaba lejos, lo mismo que La Orilla del Cielo, el valle que los últimos dragones de ese mundo denominaban hogar desde hacía dos años.

Lung se volvió y miró al dragón, que dormía a su espalda sobre un lecho de musgo y hojas. Barba de Pizarra era el más anciano de ellos. En sueños, replegó las alas, como queriendo 16 perseguir a los gansos salvajes que volaban fuera, en el cielo gris, pero pronto emprendería el más largo de todos los vuelos. Al País de la Luna, como los dragones denominaban el lugar al que solamente la muerte abría la puerta. Barba de Pizarra era el único que se había quedado cuando todos se habían marchado a La Orilla del Cielo.

El largo viaje había sido ya entonces demasiado fatigoso para él, pero gracias a algunos buenos amigos había encontrado un nuevo albergue cuando el antiguo hogar de los dragones se había hundido en las aguas de un pantano. La cueva en la que Barba de Pizarra dormía no era una cueva natural. Un trol la había construido siguiendo instrucciones de humanos que sabían perfectamente lo que los dragones necesitaban. Pero en MÍMAMEIÐR no había solo cuevas para dragones. Troles, duendes, sirenas o dragones ..., cualquier ser fabuloso podía encontrar refugio allí, aun cuando algunos huéspedes del sur se quejaran del frío invierno noruego. MÍMAMEIÐR ...

Para Lung el nombre resultaba tan peculiar como sus habitantes. Cualquiera podía encontrar allí un refugio apropiado. Eran tan diferentes como los huéspedes de MÍMAMEIÐR. Cuevas, nidos, establos, casitas de geniecillos ... a orillas del fiordo cercano, en los bosques vecinos y encima y debajo de los prados que, humedecidos por el rocío, saludaban al sol matinal. —¿Cómo se encuentra Barba de Pizarra hoy? El chico que había en la entrada de la cueva acababa de celebrar su decimocuarto cumpleaños. Su cabello tenía el color negro de las plumas de los cuervos. Sus ojos miraban a la vez sin temor y con curiosidad al mundo, y Lung habría volado en cualquier momento miles de millas solo para verle. Ben Wiesengrund

No escribí esta historia para quienes quieren gobernar el mundo.

Ni para aquellos que constantemente tienen que demostrar que son más fuertes, más rápidos, mejores que los demás.

O para aquellos que consideran al hombre como la cima de la creación.

Esta historia es para todos aquellos que tienen el coraje de proteger en lugar de gobernar, de salvarguardar en lugar de saquear y de preservar en lugar de destruir.

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