Reckless Carne de piedra
El joven Jacob Reckless descubre en el despacho de su padre, desaparecido, un misterioso espejo.Tras él, un mundo de cuentos. En un instante en el que no presta atención, le sigue su hermano pequeño... y la maldición de un hada siembra piedra y muerte.
Érase una vez, tras el espejo, un mundo lleno de magia y peligros... y dos hermanos. Uno de ellos tendrá que atravesar el espejo para salvar al otro. El joven Jacob Reckless ha descubierto el mundo mágico que se oculta tras el espejo del despacho de su padre. Años después comete un grave error: Will, su hermano pequeño, lo sigue a ese mundo, en el que los cuentos más oscuros son realidad y donde un maleficio convierte la carne humana en piedra. Cuando Will cae víctima de este hechizo, Jacob se ve obligado a encontrar el remedio que salve la vida de su hermano… Pero nuestro héroe tendrá que enfrentarse además a muchas otras aventuras que no esperaba.
- Publicado por primera vez 2010
- Edad A partir de 14 años
- Ilustraciones de Cornelia Funke
- Editorial Ediciones Siruela
La noche respiraba en la casa como un oscuro animal. El tictac de un reloj. El crujido de la tarima al salir de la habitación..., todo se ahogaba en su silencio. Pero Jacob amaba la noche. Sentía su oscuridad como una promesa sobre la piel. Como un abrigo tejido de libertad y peligro. Fuera, las deslumbrantes luces de la ciudad hacían palidecer las estrellas; y la amplia vivienda se ahogaba con la tristeza de su madre. Ella no se despertó cuando entró en su habitación y abrió el cajón de la mesilla. La llave estaba justo al lado de las pastillas para dormir. El frío metal se adaptó a la mano de Jacob cuando éste salió de nuevo al oscuro pasillo. En la habitación de su hermano, como de costumbre, seguía encendida la luz –Will tenía miedo a la oscuridad–, y Jacob comprobó que dormía profundamente antes de abrir el despacho de su padre. Su madre no lo había pisado desde su desaparición, aunque no era la primera vez que Jacob se colaba en él buscando las respuestas que ella no quería darle. Era como si John Reckless hubiera estado sentado por última vez a su escritorio tan sólo una hora antes y no un año atrás. De la silla colgaba la chaqueta de punto que acostumbraba llevar, y una bolsita de té usada se resecaba sobre un plato junto al calendario, que indicaba las semanas de un año pasado. ¡Vuelve!, escribió Jacob con el dedo en las ventanas empañadas, en el escritorio polvoriento y en los cristales de la vitrina donde seguían guardadas las viejas pistolas que su padre había coleccionado. Pero la habitación estaba en silencio y vacía. Él tenía doce años y ya no tenía padre. Jacob dio una patada a los cajones que había registrado en vano durante tantas noches, tiró libros y revistas de las estanterías con una rabia muda y derribó las maquetas de aviones que colgaban sobre el escritorio, avergonzado por el orgullo que había sentido cuando le dejaron pintar una de ellas con laca de color rojo.¡Vuelve!, quería gritar por las calles que, siete pisos más abajo, abrían veredas de luces entre los bloques de edificios, y en las mil ventanas que estampaban cuadrados luminosos en la noche. Una hoja de papel se cayó de un libro sobre reactores y Jacob la recogió sólo porque creyó reconocer en ella la letra de su padre. Sin embargo, rápidamente se percató del error. Símbolos y ecuaciones, el boceto de un pavo real, un sol, dos lunas. Nada de aquello tenía sentido. Salvo una frase que encontró al dorso de la hoja: EL ESPEJO SÓLO SE ABRE PARA EL QUE NO SE VE A SÍ MISMO. Jacob se volvió, y su propio reflejo le devolvió su mirada. El espejo. Aún recordaba el día en que su padre lo había colgado. Como un ojo reluciente, pendía entre las estanterías de libros. Un abismo de cristal en el que, deformado, se reflejaba todo lo que John Reckless había dejado atrás: su escritorio, las viejas pistolas, sus libros... y su hijo mayor.
Trad.: María Falcón
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