Reckless 4 - La estela de plata

Reckless La estela de plata

Zorros poderosos, un nuevo amigo de piel ilustrada, las hadas se han ido, pero los duendes han vuelto con la intención de hacerse con el Mundo del Espejo.

La cuarta aventura detrás del espejo lleva al Lejano Oriente. Jacob, junto con Will, busca un espejo del que ha hablado Dieciséis, la chica de cristal y plata. El hermano menor quiere venganza, el mayor busca seguridad para él y para Zorro, pero un muerto tiene otros planes, y el espejo que buscan da origen a terribles cazadores

Zorro sintió en su nuca la respiración de Jacob, cálida y fami- liar. Dormía tan profundamente que no se despertó cuando ella, con suavidad, se soltó de su abrazo. Lo que quiera que sucedía en sus sueños le hacía sonreír, y Zorro pasó los dedos por sus labios, como si de ese modo pudiera leer lo que estaba soñando. Las dos lunas que iluminaban su mundo refleja- ban, en su frente, el color rojo herrumbre y la plata pálida, y afuera, delante de la posada, unos pájaros, cuyo nombre desconocía, graznaban.

Doryeong... Su lengua casi no era capaz de pronunciar el nombre de la ciudad portuaria a la que habían llegado el día anterior. Habían perdido las esperanzas. Tal vez esa fuera la razón por la que Jacob dormía tan profundamente. Después 

de todos esos meses en los que tantas veces habían perdido y reencontrado el rastro de su hermano. En un par de oca- siones habían estado a punto de alcanzar a Will. Pero desde hacía semanas buscaban una señal de vida en vano, y el día anterior, cuando el sol se puso sobre un mar desconocido, decidieron suspender la búsqueda por fin. El propio Jacob creía que, después de todo lo que había sucedido, su herma- no no quería que lo encontraran, y que ya era hora de que Zorro y él siguieran su propio camino. Pero ¿por qué ella no podía dormir? ¿Tal vez porque no estaba acostumbrada a ser completamente feliz?

Zorro cubrió los hombros de Jacob con la manta. Su pro- pio camino. Al fin. Una rama de flores blancas inundaba de un perfume de dulzura exuberante la habitación en la que dormían. Otros dos viajeros pasaban la noche sobre las este- ras que la posadera les había desenrollado sin decir palabra. De Doryeong zarpaba un ferri hacia Aotearoa. Desde allí, un viejo amigo de Jacob, Robert Dunbar, enviaba telegramas entusiastas que hablaban de lagartos de tres ojos, huesos de ballena mágicos y reyes salvajes que se tatuaban en la piel los bosques de helechos de su país natal.

Su propio camino. Zorro besó la luz de la luna en el ros- tro de Jacob y, con cuidado, se deslizó bajo la manta que los abrigaba. La noche seducía a la zorra hacia el exterior. Tal vez si llevara puesto el pelaje toda esa felicidad humana no desbordaría su corazón.

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