La aventura de la puerta roja
Escrito por Olga Logroño
La aventura de la puerta roja
Había una cosa que todos en el pueblo sabían: nunca debías abrir la puerta roja. Estaba al final del callejón detrás de la vieja tienda de Don Ernesto. La gente decía que llevaba a un lugar peligroso, un lugar donde los niños que entraban nunca volvían. Nadie sabía qué había detrás, pero eso no impedía que todo el mundo murmurara cosas aterradoras sobre ella.
Yo no creía en esas tonterías, al menos no del todo. Pero cada vez que pasaba por el callejón, la puerta parecía llamarme. Era como si me estuviera retando. No era muy grande, pero el color rojo brillante destacaba entre las paredes grises llenas de grafitis y moho. Siempre me decía: "Álex, no seas tonto. No necesitas saber qué hay detrás." Pero algo en mi interior insistía: "¿Y si lo que dicen es mentira? ¿Y si hay algo increíble al otro lado?"
Un día, después de clases, mis amigos y yo estábamos aburridos. Pablo, mi mejor amigo, sugirió ir a jugar fútbol al parque, pero la idea no me entusiasmaba. Luego Sofía, que siempre tenía las ideas más locas, dijo: "¿Y si vamos a ver la puerta roja?"
El silencio que siguió fue como un eco gigante. Todos nos miramos nerviosos. Pablo intentó reírse, pero fue un poco forzado. "¿Qué vamos a hacer, tocar y salir corriendo?" dijo.
"Podemos abrirla," respondí sin pensar. Apenas lo dije, me arrepentí. ¿Abrirla? ¡Qué clase de idea era esa! Pero ya estaba dicho, y Sofía me miró con sus ojos brillantes, como si acabara de proponer la mejor idea del mundo.
"Eso sería épico," dijo Sofía. "Por fin alguien con agallas."
Antes de darme cuenta, los tres estábamos en el callejón, frente a la puerta. El sol ya se estaba escondiendo, y las sombras del callejón hacían que todo se sintiera más oscuro y frío. Pablo estaba temblando, aunque decía que era por el viento. Sofía estaba más emocionada que nunca. Y yo… bueno, intentaba no parecer un cobarde.
"Álex, tú dijiste que la abrirías," dijo Sofía, cruzando los brazos.
"Claro que sí," respondí, aunque mi voz sonó más alta de lo que esperaba. Estiré la mano hacia la puerta. El pomo estaba frío, como si estuviera congelado, aunque era pleno verano. La giré despacio, esperando que algo pasara, pero nada. La puerta no estaba cerrada con llave.
"¿Están listos?" pregunté, intentando sonar valiente.
"¡Hazlo ya!" dijo Sofía.
Abrí la puerta.
Lo primero que sentí fue un aire extraño, como si todo el viento del mundo hubiera estado esperando detrás de esa puerta para escapar. No había monstruos ni fantasmas, como decían las leyendas. Lo que había detrás era… un bosque. Pero no era un bosque normal. Los árboles eran enormes, más altos que cualquier cosa que hubiera visto antes, y sus hojas brillaban como si estuvieran hechas de cristal. El suelo estaba cubierto de hierba morada, y en el cielo había tres lunas, cada una de un color diferente: azul, verde y roja.
"Esto no puede ser real," dijo Pablo, entrando detrás de mí.
"Es… hermoso," susurró Sofía.
Dimos un paso al frente y, de repente, la puerta se cerró detrás de nosotros. Cuando me giré para abrirla otra vez, ya no estaba. En su lugar había un árbol gigante con una corteza roja. Pablo entró en pánico, pero Sofía estaba demasiado ocupada explorando. Yo traté de no entrar en pánico, aunque por dentro quería gritar.
"Esto es increíble," dijo Sofía, recogiendo algo del suelo. Era una piedra que brillaba como si tuviera fuego dentro. "Miren esto."
"Tenemos que salir de aquí," dijo Pablo, ignorando la piedra. "¿Y si nunca volvemos?"
"¿Volver? ¿Estás loco? ¡Esto es una aventura!" respondió Sofía. Y antes de que pudiéramos detenerla, comenzó a caminar hacia los árboles.
No tuvimos otra opción más que seguirla. Mientras avanzábamos, el bosque se volvía más extraño. Las hojas de los árboles emitían un sonido como campanitas cuando el viento soplaba. Había animales que parecían sacados de un cuento de fantasía: ciervos con cuernos de cristal, pájaros con plumas que cambiaban de color, y algo que parecía un conejo, pero tenía alas.
Entonces, lo oímos.
Era un rugido. Pero no un rugido normal. Este era tan fuerte que sentí que el suelo temblaba. Sofía se detuvo en seco, y Pablo casi se cae.
"¿Qué fue eso?" pregunté, intentando no sonar tan asustado como estaba.
"Sea lo que sea, no parece amistoso," respondió Pablo.
"Tal vez deberíamos…" empezó a decir Sofía, pero antes de que pudiera terminar, algo salió de los árboles.
Era enorme, como un lobo, pero cubierto de escamas brillantes. Sus ojos eran completamente negros, y su boca estaba llena de colmillos afilados. Nos miró, y su rugido hizo que todos quisiéramos correr.
"¡Corran!" grité.
No sé cuánto tiempo estuvimos corriendo, pero sentí que mi corazón iba a explotar. Por suerte, el lobo-escama dejó de seguirnos. Terminamos en un claro donde había un lago. El agua era completamente transparente, y cuando Sofía tocó la superficie, se iluminó.
"Esto no tiene sentido," dijo Pablo, sentándose en el suelo. "Necesitamos encontrar la puerta y salir de aquí."
"Tal vez la puerta esté cerca del lago," dije, aunque no tenía idea de si era cierto.
Mientras explorábamos el claro, encontramos algo extraño: una llave gigante, flotando en el agua. Estaba hecha de oro, y tenía grabados extraños. Sofía no lo dudó ni un segundo y la tomó.
"Esto debe servir para algo," dijo. Y tenía razón. Apenas tomó la llave, apareció una nueva puerta, justo frente a nosotros. Era igual a la puerta roja del callejón.
"¿Será… nuestra salida?" preguntó Pablo.
"No lo sabremos hasta abrirla," dije, y esta vez no dudé. Giré la llave y la puerta se abrió.
Cruzamos juntos, y al otro lado estábamos de vuelta en el callejón. La puerta roja estaba ahí, como si nada hubiera pasado. Nos miramos, sin saber qué decir.
"¿Le diremos a alguien?" preguntó Sofía.
"¿Quién nos creería?" respondió Pablo.
Yo no dije nada. Solo miré la puerta una última vez antes de que saliéramos corriendo hacia nuestras casas. Sabía que nunca olvidaría lo que habíamos visto. Y aunque una parte de mí quería olvidarlo, otra parte quería volver.
Porque, ¿y si había algo más allá de lo que vimos?
Fin.
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