Las Gallinas Locas Una pandilla genial
Una pandilla de verdad. Como las que tienen esos tontos de los chicos, los Pigmeos. Sardine, Frida, Melanie y Trude son, desde ya, 'Las gallinas salvajes'. Con su puesto de mando y su consigna propia. Pero los Pigmeos enseguida se enteran del asunto y comienza la 'guerra de pandillas'.
Todos necesitamos un amigo. ¡Sardine tiene tres! y además son inseparables: Melanie, Trude y Frida. Están cansadas de que la pandilla de los chicos, los Pigmeos, les gasten bromas y se rían de ellas, así que deciden formar su propia pandilla y la llaman las Gallinas Locas. Las cuatro se cuelgan una pluma al cuello como insignia y juntas se lanzan a vengarse de las bromas de los chicos. ¡Las Gallinas Locas no se dejarán vencer por nada ni por nadie!
- Publicado por primera vez 2005
- Edad A partir de 10 años
- Ilustraciones de Florentine Prechtel
- Editorial Ediciones Siruela
Hacía un día maravilloso. Caluroso y agradable como el plumaje de las gallinas. Pero, por desgracia, era lunes y el gigantesco reloj de la entrada del colegio marcaba ya las ocho y cuarto cuando Sardine llegó corriendo al patio.
—¡Jolín! —exclamó.
Llevó la bici hasta el aparcamiento oxidado y de un tirón cogió la mochila del portapaquetes. Luego subió las escaleras como un rayo y cruzó corriendo el rellano, ahora vacío.
A punto estuvo de atropellar por las escaleras al señor Mausmann, el conserje.
—¡Cuidadín! —Al gritar se atragantó con el bocadillo de queso.
—Perdón —murmuró Sardine, continuando la carrera.
Todavía tuvo que recorrer dos pasillos más antes de lle- gar, casi sin respiración, a la puerta de su clase. Dentro no se oía ni una mosca. Como siempre con la señorita Rose. Sardine volvió a coger aire, llamó a la puerta y la abrió.
—Con permiso, señorita Rose —dijo—. He tenido que dar de comer a las gallinas.
Steve, el gordito, la miraba embobado. La hermosa Me- lanie levantó las cejas. Y el tonto de Fred empezó a agitar los brazos y a cacarear. Muy gracioso.
—Vaya, esa sí que es una excusa original —dijo la se- ñorita Rose, frunció sus labios pintados de rojo e hizo una cruz en su cuaderno.
Sardine se dirigió cabizbaja a su sitio, le sacó la lengua a Fred y se sentó al lado de Frida, su mejor amiga.
—Tienes paja en el pelo —le dijo Frida en voz baja—. ¿Por qué tenías que dar de comer a las gallinas? ¿Está en- ferma la abuela Slättberg?
Sardine negó con la cabeza y bostezó.
—Se ha ido a ver a su hermana y para darles de comer tengo que levantarme una hora antes. ¡Una hora! ¿Te ima- ginas?
—Basta ya de cuchicheos por ahí atrás —dijo la seño- rita Rose.
Luego se puso a escribir números incomprensibles en la pizarra. Frida y Sardine bajaron tanto la cabeza, que casi metieron la nariz en los libros.
—Se me ha ocurrido una idea —susurró Sardine.
—¿Ah, sí? —Frida levantó la vista del libro preocupada. Las ideas de Sardine eran peores que la varicela y lo peor es que siempre estaba tramando algo nuevo.
—Escribe una nota a Melanie y a Trude —le dijo a Fri- da en voz baja—. En el próximo descanso, reunión secreta en el baño.
Trude y la hermosa Melanie se sentaban juntas, tres filas más adelante, y en aquel momento atendían a la pi- zarra muy atentas.
—¡Oh, no! —se quejó Frida—. No vayas a empezar otra vez con tus historias de pandillas.
—¡Tú escribe! —musitó Sardine.
Frida dominaba a la perfección la escritura secreta del grupo
Sabía mucho sobre gallinas reales, porque las hemos tenido durante mucho tiempo. Con su gallinero y su gallo... en aquel entonces, en nuestra primera casa de Hamburgo. Y luego estaban todas las historias sobre abuelas estrictas que a veces contaban mi marido y mi madre. Una vez conocí a una chica como la linda Melanie, incluso a niños que eran un poco como Steve y Torte. El nombre de la banda "Los pigmeos" lo robé de una (desagradable) pandilla que se metió con mi marido cuando este era un niño. Pero el resto... es (salvo algunas cosas menores) invención. ¡Porque NO! Las Gallinas Salvajes no existen. Actualmente lo que hay es cientos de pandillas en Alemania que llevan este nombre y muchas de las chicas se tiñen el cabello de color rojo para parecerse a Sardine. Padres que construyen gallineros en el jardín o en algún otro lugar.
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