Cuando Papá Noel cayó del cielo
Si los Papá Noeles se caen del cielo con sus ángeles, duendes y renos... eso no significa nada bueno. Pero ¿y si aterrizan justo delante de la puerta de tu casa?
Durante una terrible tormenta, el reno Estrella Fugaz se asusta y el carro de Papá Noel cae en medio de la calle en una ciudad. Justo en el peor momento: quedan dos semanas para Navidad y el último Papá Noel verdadero tendrá que detener un malvado plan para acabar con los deseos de los niños. Ayudado por los pequeños Charlotte y Ben, además de unos peculiares duendes, todos juntos lograrán salvar la Navidad.
- Publicado por primera vez 2006
- Edad A partir de 8 años
- Ilustraciones de Regina Kehn
- Editorial Ediciones Siruela
Nicolás Reyes, de profesión Santa, no se daba cuenta de todo eso. Yacía en su carromato roncando apaciblemente, mientras Estrella Fugaz, su reno, lo arrastraba a través de las nubes muy alto por encima del mundo dormido. Los relámpagos lamían el carromato destartalado como lenguas de serpientes, pero Nicolás Reyes soñaba con almendras y mazapán como acostumbran los Santa. Estrella Fugaz corría cada vez más rápido entre las nubes negras, pero no podía escapar de la tormenta. La tronante oscuridad se tragaba las estrellas y los relámpagos le pasaban siseando entre los cascos. Estrella Fugaz se encabritó, rompió las riendas y se precipitó hacia el suelo. El carromato sin reno de Reyes se balanceó de un lado a otro como una barca en el mar embravecido y luego volcó precipitándose hacia la nada. Reyes se cayó de la cama con estrépito, se golpeó la cabeza contra la pata de una silla y rodó debajo de la mesa. -¡Aaaalto! —gritó—. Cielos, ¿qué sucede? Pero entonces se precipitaba ya junto con su vehículo hacia el suelo. La cabeza de Nicolás zumbaba y rugía como si estuviera a punto de estallar. El carromato rozó con las ruedas las copas de los árboles, chocó contra una chimenea, dobló dos antenas de televisión y aterrizó ruidosamente en el arroyo de una calle estrecha. Una bandada de cuervos alzó el vuelo desde un tilo desnudo con furioso graznidos. Un gato gordo y gris casi resbala del susto del caballete del tejado. Y las personas que estaban despiertas en sus camas porque la tormenta les impedía conciliar el sueño, pensaron: “¡Vaya trueno! Es como si la luna se hubiera caído del cielo”. El carromato de Nicolás rodó un corto trecho, después se apoyó en un costado, gimiendo, y se detuvo. Nicolás apartó las manos de sus oídos y escuchó atentamente. Ya no se oían zumbidos ni rugidos, ni estrépito, sólo el retumbar del trueno. Salió a gatas de debajo de la mesa. –¿Matilda? ¿Emmanuel? ¿Están bien? —gritó tanteando a oscuras en busca de su linterna de bolsillo. Pero, claro, ya no estaba en el lugar acostumbrado. Nada estaba ya en su sitio. –¡Ay, ay! —gorjeó alguien—. ¡Ay, ay! ¿Qué ha sido eso? Reyes, ¿qué ha pasado? –¡Ojalá lo supiera! —murmuró Nicolás Reyes palpándose el enorme chichón de su frente.
Hace muchos años, apareció un buen día un carromato en la calle donde vivíamos. Uno de esos días se vio luz tras las ventanas. "Qué raro", pensé, "quién estará ahí dentro a estas horas..." Y fue así como surgió la idea de que quizás Papá Noel hubiera podido caerse del cielo en un carromato semejante, junto a los renos invisibles. Confieso que la historia de Nicolás Reyes, con sus angelillos y sus enanos insultones es una de mis favoritas de entre todas las que he escrito...